6 DE JUNIO



EL IDIOMA SECRETO
Mª José Ferrada

 Ilustrado por Zuzanna Celej
V Premio de poesía Ciudad de Orihuela. 2012

Premio Fundación Cuatrogatos 2014




"El idioma secreto me lo enseñó mi abuela. Y es un idioma que nombra las plantas de tomate, la harina, los botones]. Un día me llamó. Me dijo que antes de que la muerte se la llevara quería entregarme algo]. Mi herencia era una caja de galletas con ovillos de lana y boletas de ferretería]. Ahí dentro estaban las palabras..."


Una abuela rural, querida y venerada, a través de la cual la autora rememora los días sencillos y felices de su niñez en un universo campesino y cotidiano. Un valioso legado de palabras para conocer el mundo y habitarlo.
Dicen que los objetos nos pueden “hablar” si sabemos escuchar con atención su idioma, esa lengua primordial que trasciende lo meramente escrito. De ahí el inmenso valor de este “lenguaje secreto” que la abuela deja como preciosa herencia a la niña que acabó resultando ser nuestra poeta.
Un poemario luminoso para volver la mirada hacia aquellos días de ambiente campesino en los que algo tan cotidiano como la semilla brotando en el tarro de yogur se transformaba en todo un acontecimiento insospechado a la vista de los ojos asombrados de la pequeña.
No hay ninguna herramienta como la palabra para atrapar aquellos recuerdos que nos roba el tiempo, para atesorar la naturaleza de las cosas.


Había tarros de pintura en los que 
mi abuela guardaba el trigo.

Trigo que se transformaba en harina y luego en pan.

Había tarros de luz.
.....................


En las dalias
vivían pequeños dioses,
que florecían al costado de la flor
siempre amarillos, naranjas,
violeta. 


Era un secreto que se guardaba con cuidado
como se guarda una estrella en el bolsillo.
Había dioses pequeños en las dalias.
Y yo cada tarde les llevaba

el agua.

“No hay un recuerdo igual al otro“, insiste en anunciar la voz poética que rememora. Y sin embargo, hay modos de suspender el devenir del olvido. Los ciclos de las estaciones, la honda sucesión de las palabras y de los silencios, “la marcha de los caracoles al ritmo de los brotes”: bien pueden darnos el ritmo de las poesías en las que florecen las conmemoraciones, los recuerdos únicos, y a la vez comunes, de quienes habitan un mundo humanizado.


El libro termina casi que en el mismo punto en el que empieza: la confesión de que el idioma secreto fue un regalo.
El idioma secreto me lo enseñó mi abuela.
Y es un idioma que nombra las plantas de tomate, la harina, los botones.
Un día me llamó.
Me dijo que antes de que la muerte se la llevara quería entregarme algo.
Mi herencia era una caja de galletas con ovillos de lana y boletas de ferretería.
Ahí dentro estaban las palabras.
Y con ellas
hice mi habitación en el mundo.





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