LOS DIECISÉIS ÁRBOLES DEL SOMME
Lars Mytting
2017
"LOS ROSTROS DE MIS PADRES NUNCA ENVEJECÍAN.
Vivían en una fotografía que teníamos junto al teléfono, sobre una cómoda. Mi padre sale con pantalones de campana y chaleco a rayas, reclinado sobre el Mercedes. Mi madre está en cuclillas, acariciando a Pelle, nuestro perro pastor, que parece cortarle el paso, como si no quisiera dejarla marchar. Quizá los animales entiendan este tipo de cosas.
Yo estoy en el asiento trasero, saludando con la mano, así que es probable que la foto se tomara el día en que nos marchamos.
Aún creo recordar el viaje en coche hasta Francia, el olor a escay procedente de los asientos recalentados y el aroma de los árboles pasando a toda velocidad por delante de la ventanilla. Durante mucho tiempo, creí recordar también el peculiar olor de mi madre aquel día, y las voces de ambos por encima del estruendo del aire.
Todavía guardamos el negativo de esa fotografía. El abuelo no la mandó a revelar enseguida. Al principio creí que era por ahorrar, porque a la que sería la última fotografía de mis padres le siguieron la Nochebuena, la pesca con red de mediados de verano y la recogida de la patata."
En 1916, la región francesa del Somme se bañó de sangre como uno de los más cruentos escenarios de la Primera Guerra Mundial. En 1971 la conocida batalla se cobró sus últimas víctimas. Una pareja saltó por los aires al pisar una granada de ese escenario. El pasado se manifestaba como un fantasma bélico, como un eco siniestro que reverberaba años después.
Lo peor de todo es que la pareja dejó un hijo, que a sus tres años anduvo solitario sin un destino claro, en ningún sentido.
Todo aquello solo pudo plasmarse como un vago recuerdo, un velo onírico. Durante los años siguientes en los que Edvard se crió junto a su abuelo Sverre, apenás evocó esa lúgubre circunstancia que marcó su inicio de vida. Pero en algún momento el pasado siempre acaba visitándonos para bien o para mal, nos ofrece un vistazo rápido en el espejo de lo que fue, y en ocasiones nos deja un reflejo imborrable de facto, y que creíamos que nunca atesoramos.
Edvard padece ese efecto reclamo del pasado y se ve empujado a saber más, a conocer más. O al menos a repasar el camino hecho, aquel que te conduce cabizbajo cuando has perdido algo en cualquier trayecto.
Volver a Somme en última instancia, tras un periplo en búsqueda de ese pasado evocador que ha despertado con fuerza, casi con fiereza reclamando la entera atención de Edvard, supone un reencuentro con un escenario que todavía tiene mucho que decirle y que aclararle sobre lo que es y lo que pudo ser.
En el viaje de Edvard también conocemos intrahistorias de esa Europa tan huérfana como Edvard, un Continente como una suma de hermanos empeñados en la discordia durante toda su existencia. Sin duda un paralelismo magistral para retroceder en la vida de Edvard, en la verdad de sus progenitores y en la cruda realidad de una Europa que en ocasiones parece haber borrado también su pasado, ese del que aprender y extraer necesarias enseñanzas.
«Toda mi vida había oído un silbido procedente del bosque de abedules flameados. Y una noche de 1991, ese silbido creció hasta formar un viento que hizo que me tambaleara.»
La reseña que Ricardo Martínez Llorca hizo para Culturamas a principios de diciembre me ha gustado sobremanera asi es que os la dejo a continuación.
"Una historia épica sobre el amor y la pérdida que recorre las vidas de tres generaciones de una familia. Un apasionante viaje por el pasado de Europa pero también por los árboles y la naturaleza.
Se trata de un tipo joven que vive en una cabaña, en los montes de Noruega, con su abuelo desde que cumplió cinco años y murieron sus padres, algo alejado de la aldea pequeña, que es donde existe una agrupación de gente próxima, y no digamos ya de las grandes urbes, que jamás ha visitado. El narrador se pregunta qué tipo de hombre hubiera sido de haber tenido una vida más normal, con una familia que pensara que merecía la pena dedicarle tiempo. Dicho de otra manera, es autodidacta desde la forma en que agarra un tenedor hasta en cómo enamorarse. De las dos suertes, la segunda marcará buena parte del destino del personaje: no saber distinguir si está o no enamorado, porque no sabe distinguir del todo sus sentimientos.
Será, por tanto, una novela de iniciación desde el momento en que el personaje tiene que viajar para resolver un enigma que es su pasado, todo su pasado, incluso la parte que cree conocer. En eso, Mittyng sigue siendo un alumno aventajado de Auster y, por tanto, no nos detendremos mucho: su torpeza, el destino que le domina, la pequeña porción del mundo que va ampliando sabiendo que hay más, mucho más, no creer en la maldad, la soledad suya y la de la gente que irá encontrando, los juegos de paradojas. Todo eso está manejado con precisión y oficio. Incluso con talento. Porque aunque resuenen otras obras, Mytting viste esta novela con la gran marca de Europa, la insuperable barrera de la Segunda Guerra Mundial, a la par que con el cariño a la naturaleza, representado, en este caso, por el epítome de la misma, que son los árboles. Dieciséis nogales cuyo valor es incalculable en el mercado, y que son una herencia que le dejaron, supuestamente, sus padres en Somme, en Francia, y cuya desaparición está relacionada con algún suceso de aquella guerra, aunque date de los años setenta.
Pero para llegar a ellos antes debe pasar de su estancia extrema en soledad a una mayor todavía. Debe viajar a una isla escocesa donde no existe nada. Y mucho menos árboles. Pero ahí, supone, están las pistas que le llevarán a los árboles, porque ahí, supone, residió por voluntad propia su tío abuelo, que, al parecer, se hizo pasar por muerto por razones extremas. Y las razones extremas o tienen que ver con la culpa o con el miedo. O con ambas. En lugar de ello encuentra a una mujer que es lo opuesto a él: de clase alta y con una capacidad para engatusar hablando de la que es imposible no enamorarse. ¿Qué pinta ella allí? Al margen de lo que interviene en el desarrollo, Mytting nos pone sobre la mesa el juego de la bella y la bestia en distintos colores y con variaciones en el fiel de la balanza. Y poco a poco, va descubriendo quién cree que es, porque se trata de alguien que considera que para saber quién es debe haber consultado el calendario y los diarios de sus padres. Pero él es un granjero noruego enamorado de la naturaleza y la sencillez. Aun así, ¿por qué persigue el destino de los árboles? ¿Por codicia o por ser la obra magna de sus padres? Todo esto da lugar a un juego de relaciones que suceden a miles de kilómetros de distancia y que se resuelve en una muy ingeniosa solución final. La intriga no cesa, a pesar de que en ocasiones las descripciones son innecesariamente exhaustivas. Por lo demás, esta es una de esas novelas que uno está deseando dejar de comer y de dormir para seguir leyendo."
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