30 DE ABRIL


LA ISLA DEL PADRE
Fernando Marías
Premio Biblioteca Breve 2015



"Los recuerdos son como los libros.Solo importan los que permanecen. Este relato comenzo a escribirse el 16 de febrero de 2009 aunque estuviera yo entonces lejos de poder llegar a imaginarlo"


La narración comienza cuando Marías, con un año y medio, está junto a su madre y al abrir la puerta y ver llegar a su padre pregunta: "Quién es ese hombre". "Con esa frase comenzó el miedo mutuo...", continúa el párrafo.

Leonardo Marías era jefe de máquinas de un barco con el que cruzó el mundo varias veces.Por eso cuando apareció en la puerta de la casa familiar de Bilbao –con ese porte de silueta inmensa que sólo tienen los padres, los marineros y los recuerdos-, su hijo sintió el vértigo que se desata en los oleajes. ¿Quién era ese sujeto que venía a conquistar su imperio infantil;a arrebatarle, quizá, la exclusividad de los mimos maternos? Entonces el pequeño sintió miedo, Leonardo también.

Fernando Marías vio morir a su padre nonagenario en 2013, después de un deterioro largo que duró algunos años, y entonces las preguntas empezaron a agolparse frente al hijo: 


¿conocía él al padre, y en todo caso a cuál de los muchos hombres que pudo ser a lo largo de su vida? 

¿Reconocía al padre al mirarse en sus propios gestos, en sus victorias, en el fracaso que pudo ocurrir cuando decidió lanzarse a la aventura de cambiar Bilbao por Madrid? 

¿Qué hubo en los múltiples huecos que iba dejando la vida de ese padre marino y viajero, personaje jugosísimo? 

¿No hubo un tiempo en que padre e hijo se temieron mutuamente? 

En realidad, antes que esas preguntas llegaron al cuaderno del
escritor cuatro palabras y una inicial: Pagasarri, Árbol, Aurora, Temblores, H. Pagasarri es el nombre de un monte bilbaíno; H., la inicial de un aventurero amigo del padre que el hijo no logra fijar con exactitud en la memoria propia ni en la documental. Para una novela no hace falta más.


'La isla del padre'  es también un libro sobre la fascinación que en los niños provoca la vida imaginada o imaginaria de los mayores. De ahí que la figura del padre, en principio un ser extraño, se convierta, en la cabeza del joven Marías fascinado por el cine, en un bravo marino curtido por miles de travesías y muchas tormentas en alta mar, en un espía o, mucho más tarde, en un misterioso hombre con una vida paralela en Madrid o en Buenos Aires. 



La guerra civil, la posguerra, el descubrimiento de Madrid en los primeros años setenta por parte de un joven con ganas de triunfar o la propia muerte del progenitor en 2013, son secuencias de una misma película hilada por los recuerdos, muchas veces dolorosos, y la imaginación del cinéfilo que acabó en la literatura.



De las opiniones de quienes lo han leido, vertidas en algunos blogs, me quedo con esta que creo, refleja a la perfección, que es "La isla del padre". 


Concretar en un puñado de líneas lo que sabemos de las personas que amamos es un interesante ejercicio de escritura, pero también, y ante todo, un involuntario autorretrato. Las palabras que elijo para contar quién fue mi padre cuentan en realidad quién soy yo».
Con esta declaración, Fernando Marías construye un libro de hondo sentimentalismo. Escrito a modo de duelo, en el tramo que media entre la muerte de su padre y el cierre definitivo de la que fue la casa familiar, las páginas de La isla del padre dibujan un emotivo retrato-autorretrato en el cual se traslucen las luces y las sombras —en un despliegue más lumínico que oscuro, afortunadamente— de una relación paterno-filial conmovedora.
La escritura de corte autobiográfica, aunque sin entrar en los terrenos puros y duros de la autobiografía, está teniendo una buen número de cultivadores últimamente. Pienso en Luis Landero, en Fernando Aramburu o en Javier Marías; pero es el de Fernando Marías el que más me ha enternecido y conmovido. Sin caer en sentimentalismos, la búsqueda de esa forma de cercar al padre que fue, al marino que quería encontrar la isla que sería la suya, es un relato tan vigorizante como delicado. Nosotros, sus lectores, a través de los continuos saltos temporales, de una anécdota a otra —o de una sensación a otra—, devoramos las páginas implicándose uno con tanta emoción como ante alguien que se desnuda tan tiernamente ante nosotros. Merece la pena la lectura de La isla del padre, por lo emotivo, por lo mágico: por lo humano. 
(Carlos Cruz, 12 de marzo de 2015)





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