LA HIGUERA
Ramiro Pinilla
2006
"Fue la decisión municipal de expropiar aquel minúsculo terreno la que volvió a poner de actualidad al hombrecillo de la cabaña. No lo habíamos olvidado, era imposible teniéndolo tan cerca, en la vega de Fadura. Aunque no era tan determinante esta proximidad como las curiosas circunstancias que le envolvieron desde el principio, nada menos que desde la guerra, Dios, treinta años atrás.
Todos recordábamos su, digamos, irrupción entre nosotros en junio del año 37. Surgió sin razón aparente, incluso sin lógica. ¿Quién, si no, se instala en un descampado sin un atractivo especial sólo para sentarse en una piedra o en el santo suelo, sin apenas levantar la cabeza, con la vista clavada en los yerbajos?. "
La construcción en 1966 de un nuevo instituto de enseñanza media en Getxo desentierra la historia del hombre solitario que decidió recluirse en el solar y cuidar de una higuera al poco de acabar la guerra civil. La historia comienza cuando un niño de diez años ve cómo un grupo de falangistas entra en su casa de Getxo. Señalan una pared de tablones, falsa, y obligan al niño y a toda su aterrorizada familia a desmantelarla. Detrás está Simón García, maestro republicano. El niño sigue mirando. Ve cómo los falangistas deciden llevarse a su hermano mayor, de dieciséis años, junto con su padre. Asesinarán a ambos y los abandonarán en un descampado. Pero Rogelio Cerón, uno de los asesinos, se quedará atrapado para siempre en la mirada de ese niño. Obsesionado con el chiquillo, está seguro de que no bien cumpla dieciséis años, la edad a la que ellos consideran que un hombre ya puede morir, vendrá para vengarse y le matará. A los cadáveres de los rojos que quedaban en los caminos o en los alrededores de los pueblos nadie se acercaba, ni siquiera los parientes, temerosos de que se les relacionara con el difunto y se siguiera con ellos parecida medicina. Sin embargo el niño, con su cuerpo aún no desarrollado, con sus perplejos diez años y sin decirle siquiera a su familia lo que hace, decide salir una noche y, sin ninguna ayuda, cavar una fosa donde enterrar a su hermano y a su padre. Rogelio Cerón se planta con una silla en el punto exacto en el que el chico entierra a sus muertos, y se pone a esperar el día en que el chaval sea un hombre y le mate. Pasará allí, como un eremita, casi treinta años. El chico planta un hijuelo de higuera sobre la tumba, que Rogelio se ocupará de regar y cuidar. Se trata de Rogelio Cerón, uno de los falangistas que fueron casa por casa para llevarse a fusilar contra las tapias del cementerio a varios de los hombres de Getxo. En una de sus visitas, Cerón se tropieza con la mirada de odio de un niño que se resiste a que le arrebaten a su padre, una mirada que despierta de inmediato en la imaginación del falangista la certeza de que ese niño, cuando crezca, lo matará. Su sugestión aumenta al día siguiente, cuando se encuentra con que los fusilados están enterrados en una fosa común donde alguien ha plantado una higuera. Cerón ya no podrá ser el mismo. Incluso vigilará estrechamente la vida de ese niño, intentará alejarlo de Getxo, tutelar sus estudios para evitar la maldición, el retorno insufrible del pasado y la culpa.
Esa higuera es la encarnación del olvido imposible, del recuerdo vivo y silencioso.
"El chico quiere que continúe: en su retirada de hace unos instantes bien pudo prescindir de mis servicios comunicándomelo de palabra, cualquier palabra habría servido, la más rara y difícil, la que secuestran los especialistas en lo que sea; cualquier palabra, pues sólo un ruido insultante habría bastado para destruir lo nuestro. Por el contrario, el chico se fue envuelto en silencio. Desea que me quede, él tampoco se resigna a perder la armonía que dura quince, dieciocho años, no sé. Antes, me enganché a este lugar por interés personal; ahora, no voy a desertar porque no me vaya en ello ninguna ganancia pancista como la vida."
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