4 DE MARZO


LAS CONFESIONES DE UN PEQUEÑO FILÓSOFO
José Martínez Ruiz
1903

El pasado dia 2 se cumplia el primer centenario de la desaparición física de Azorín, Dicen que dijo, en su lecho de muerte.."Dios mio, cuanto cuesta morirse". Le faltaban tres meses para cumplir 94 años. Una larga vida y una larga obra. Comenzó firmando como  "Cándido", en su esbozo de Moratin. Firmó después com "Arhiman" en su "Buscapies".  "La voluntad", "Antonio Azorín" y "Confesiones de un pequeño filósofo" es una suerte de trilogía de memorias tempranas y las últimas que fimraria como José Martinez Ruiz. A partir de entonces sería siempre Azorín. 
"Confesiones" forma parte de su primera etapa  en la que los elementos autobiográficos y paisajísticos centran su atención. Aquí nos cuenta su infancia en Yecla, lugar de nacimiento de su padre, y donde pasó gran parte de su infancia,  No hay trama ni historia ni linea temporal de acontecimientos. Es un contar su vida desde la perspectiva que tenía siendo niño pero mezclado con observaciones que hace en el momento en el que escribe. La obra la escribe siendo ya adulto, en el mismo pueblo en el que creció, recorriendo las calles que transitó, despertando vivencias y añorando momentos vividos.  Su prosa es vital y fuerte, capaz de llenar un capítulo con las sensaciones que le producen "Las puertas", o "las ventanas.  Los fragmentos se asemejan más a poemas que a capítulos: son cortos, independientes, cerrados, bajo títulos tan sugestivos como «La luna», «El colegio» o «Es ya tarde».    Os dejo un fragmento de estas, sus "Confesiones". 




" Lector: yo soy un pequeño filósofo; yo tengo una cajita de plata de fino y oloroso polvo de tabaco, un sombrero grande de copa y un paraguas de seda con recia armadura de ballena. Lector: yo emborrono estas páginas en la pequeña biblioteca del Collado de Salinas. Quiero evocar mi vida. Es medianoche; el campo reposa en un silencio augusto; cantan los grillos en un coro suave y melódico; las estrellas fulguran en el cielo fuliginoso; de la inmensa llanura de las viñas sube una frescura grata y fragante. 
Yo estoy sentado ante la mesa; sobre ella hay puesto un velón con una redonda pantalla verde que hace un círculo luminoso sobre el tablero y deja en una suave penumbra el resto de la sala. Los volúmenes reposan en sus armarios; apenas si en la oscuridad destacan los blancos rótulos que cada estante lleva—Cervantes, Garcilaso, Gracián, Montaigne, Leopardi, Mariana, Vives, Taine, La Fontaine —, a fin de que me sea más fácil recordarlos y pedir, estando ausente, un libro.
Yo quiero evocar mi vida; en esta soledad, entre estos volúmenes, que tantas cosas me han revelado, en estas noches plácidas, solemnes, del verano, parece que resurge en mí, viva y angustiosa, toda mi vida de niño y de adolescente. Y si dejo la mesa y salgo un momento al balcón, siento como un aguzamiento doloroso de la sensibilidad cuando oigo en la lejanía el aullido plañidero y persistente de un perro, cuando contemplo el titileo misterioso de una estrella en la inmensidad infinita.
Y entonces, estremecido, enervado, retorno a la mesa y dudo ante las cuartillas de si un pobre hombre como yo, es decir, de si un pequeño filósofo, que vive en un grano de arena perdido en lo infinito, debe estampar en el papel los minúsculos acontecimientos de su vida prosaica...
No voy a contar mi vida de muchacho y mi adolescencia punto por punto, tilde por tilde. ¿Qué importan y qué podrían decir los títulos de mis libros primeros, la relación de mis artículos agraces, los pasos que di en tales redacciones o mis andanzas primitivas a caza de editores? Yo no quiero ser dogmático y hierático; y para lograr que caiga sobre el papel, y el lector la reciba, una sensación ondulante, flexible, ingenua de mi vida pasada, yo tomaré entre mis recuerdos algunas notas vivaces e inconexas-como lo es la realidad-, y con ellas saldré del grave aprieto en que me han colocado mis amigos, y pintaré mejor mi carácter, que no con una seca y odiosa ringla de fechas y de títulos. Y sea el lector bondadoso, que a la postre todos hemos sido muchachos, y estas liviandades de la mocedad no son sino prólogos ineludibles de otras hazañas más fructuosas y trascendentales que realizamos -¡si las realizamos!- en el apogeo de nuestra vida. "


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