EL GRAN VIAJE DEL SEÑOR M.
Gilles Tibo
Ilustrado por Luc Melanson
"Cuando su hijo murió, el Señor M. lo dejó todo.
Sólo se quedó con un osito de lana y una silla."
Con estas dos frases comienza esta inquietante historia que nos lleva de la mano del Señor M. a recorrer el mundo buscando algo que precisamente ésa pérdida no va a permitir encontrar nunca.
Viajar en el techo del vagón de un tren, cantar nanas en un parque de columpios, invadir la pista vacía de un circo vacío... Llenan de una soledad densa el viaje sin rumbo de este personaje de sonrisa triste.
Pero como suele pasar, toda búsqueda nos lleva a algún encuentro, sea el buscado o no.
En este caso, la deriva del Señor M. encuentra un cambio de ritmo cuando se encuentra con un niño que acaba de sufrir otra pérdida, producida ésta por una guerra.
Dos personas: un hombre y un niño; dos peluches y dos sillas de madera desde las que contemplar el mundo, desde las que compartir los huecos, los silencios, desde las que contemplar y caminar la vida.
Un libro lleno de palabras justas y silencios. Un libro que te inunda de soledad. Un libro también lleno de sonidos; suena a brisa a veces, a viento otras, a nanas en voz baja, a columpios vacíos, a noche, a lágrimas lloradas a solas, a sonrisas huecas compartidas, a sillas vacías y rodillas juntas al lado de un fuego, y también a sonrisas llenas aunque tan tímidas como sinceras.
Rompe esta melodía, por su fuerza, el rugir de un tren en la huida y el ensordecedor furor de un bombardero.
Los tonos de las ilustraciones son, a menudo, tan nostálgicos como el texto y tiñen de calma el libro.
Copiado integramente del blog "Biblioteca de los elefantes". Hay una mención a un texto de otro blog que creo merece la pena reproducirse. Os lo dejo. Va por nuestra "Rosa" particular.
A Rosa...,que sé que lo está pasando mal.
A veces, descubrir facetas desconocidas de uno mismo puede resultar sorprendente, otras, esto puede ser bochornoso.
Aun así, esto no nos impide seguir viviendo esa vida que tanto defiende Ayala, la de las cosas buenas, la de las cosas malas, la que se vive. Me obnubila la naturaleza humana, no sé, es algo llamativo lo que le sucede al hombre, pura dialéctica, puro instinto animal, hecho de una mitad de aceite y otra parte igual de agua, una dura y bella quimera. Eso sí, tampoco hay que obsesionarse demasiado con semejante cuestión, si no, uno se desvive por hallar una explicación a tales propósitos vitales y lo que, en un principio era mero discurrir, se torna en hacer muchas cábalas que, a la postre, perjudica a cualquier ser humano, por lo general, poco ducho en estos menesteres.
Es lo que tienen los sentimientos: incognoscibles, imposibles y, a veces, insufribles. Véase la soledad, tamaño sentimiento, omnipresente estado vital. La soledad, por antagonismo verbal, nos acompaña a todos, nos envuelve en algún momento de nuestra vida. Muchos hablan de que tenemos que apartarla, otros la obvian y los menos alaban su necesidad. De la soledad nacen las mejores palabras, se han escrito excelentes novelas y han surgido bellas ideas.
También es cierto que si es buena medicina, hay veces que es peor enfermedad. La soledad quiebra corazones, desgaja pensamientos, entierra sonrisas y desbarata mentes cuerdas. Unas veces buena, otras, mala, pero hay está, así que, vivámosla, no podemos hacer otra cosa mejor.
Y para que vea que la Literatura Infantil no está exenta de soledad, le recomiendo dos novedades editoriales del género del álbum ilustrado, Soledades de Neus Moscada y Chiara Fatti –Editorial OQO- y El gran viaje del señor M, de Gilles Tibo y Luc Melanson
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